El segundo secretario del Partido Comunista, José Ramón Machado Ventura, fue el encargado este año del discurso por el 26 de julio. Cualquier estudio de audiencia televisiva revelaría que los únicos pegados a esa hora a la pantalla chica eran los insomnes en busca de algo para entretenerse y los periodistas a la caza de titulares. Ambas criaturas nocturnas terminaron defraudadas. No hubo diversión ni noticias.
No podía faltar en el acto la pionerita de verbo encendido y lágrimas a punto de brotar, declamando palabras aprendidas de memoria. Tampoco la reproducción del asalto al cuartel, hace 62 años, actuada por adolescentes que sólo conocen la versión de la historia que le impusieron los señores sentados en la primera fila. Lo único estimulante fue escuchar en sus voces juveniles el grito de ¡Abajo la dictadura! Los aplausos, casi cronometrados, completaron el espectáculo.
Lo único estimulante fue escuchar en sus voces juveniles el grito de ¡Abajo la dictadura!
La gala artística, con sus bailarines de gesto rudo los hombres y lánguido las mujeres, se sumó al culto histórico. Un estilo danzario muy extendido en los eventos oficiales que mezcla el realismo socialista, el kitsch y el acto circense. Al decir del dramaturgo y director de cine Juan Carlos Cremata, otro más de “los miles de actos públicos donde se derrocha el gasto a granel y se fomenta el mal gusto, la inoperancia, la falsedad y la sinrazón”.
Sin anuncios transcurrió la “misa revolucionaria”. Ni siquiera al abordar el tema del restablecimiento de relaciones con Estados Unidos, fue Machado Ventura más allá de lo ya dicho hasta el cansancio. Que el proceso será “largo y complejo”, rezó como una cansina oración el funcionario. En sus palabras brilló por su ausencia una alusión a la próxima visita de John Kerry a Cuba y a la ceremonia de inauguración de la embajada norteamericana en La Habana.
Por su parte, el discurso de Lázaro Expósito Canto, primer secretario del comité provincial del Partido en Santiago de Cuba, se deslizó por los caminos del triunfalismo. Enarboló los resultados económicos del territorio, de manera acrítica y maquillada. No podía faltar el compromiso con los fundadores del culto, cuando afirmó que “los santiagueros jamás le han fallado al Partido ni a la dirección de la Revolución, porque en Santiago, queridos Fidel y Raúl siempre, pero siempre, les esperará la victoria”. Sin explicar si sería “una victoria” como la de aquella aciaga madrugada de la Santa Ana.
Sólo un gesto se salió del guión. Raúl Castro, en el último segundo tomó el micrófono y gritó “¡Qué Santiago siga siendo Santiago!”. Un cansino “amén” que pocos llegaron a escuchar porque ya habían apagado el televisor.
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