por Adolfo Zableh Durán
¿Cómo superar esta narcodemocracia? De entrada, legalizando la droga. No es que sea una salida, es que es la única.
La fuga del ‘Chapo’
Guzmán lleva una semana siendo noticia, no porque sea importante, sino
porque el tema de la delincuencia nos fascina. Tanto que celebramos que
el capo mexicano haya amenazado a Donald Trump. Colombia es un país con
tanta afinidad hacia el narcotráfico que no solo sacamos series de
televisión al respecto, sino que existe gente honrada que se comporta
como si fuera traqueta. La era de Pablo Escobar y los grandes carteles
de la droga es la que mejor retrata la idiosincrasia del colombiano:
violento, exhibicionista, de moral conveniente, amante del dinero fácil y
los lujos desmedidos.
De presidentes hacia abajo, las élites de este país se han asociado con narcotraficantes, y esa herencia nos marca. Se han alimentado los unos de los otros, al punto de intercambiar roles: el oligarca colombiano se empezó a comportar como mafioso y el mafioso logró abrirse paso entre la oligarquía. Tanto que hoy resulta difícil saber quién es quién. ¿Vio el video de la fiesta del concejal de Piedecuesta? No es que pertenezca a la élite nacional, pero ocupa un cargo público desde donde controla presupuesto y personas. En este país, a veces los políticos son más narcotraficantes que los mismos narcotraficantes.
Todos los días, por ejemplo, paso por un restaurante de lujo de propiedad de uno de los chefs más famosos de Colombia. Si no supiera qué tipo de negocio es, pensaría que se trata de un punto de encuentro de narcos: camionetas blindadas, escoltas, valet parking, mujeres engalladas, gente con ropa costosa y joyas que habla por celular con un misterio, como si estuviera cerrando el negocio de su vida. Y adentro, comida y licor a precios impagables. Pura escenografía traqueta, pero enmarcada en un negocio legal.
Y creemos que vivir así es tener clase, cuando en realidad es todo lo contrario. No hay nada más vulgar que vivir a ese nivel. Tomar champaña en un bar donde la botella vale un millón de pesos (y creer que un millón de pesos no es nada), cortarse el pelo en peluquería exclusiva al calor de unos whiskeys en un día laboral, andar con escoltas, vestirse con Armani y otras marcas sobreactuadas, coleccionar arte por la tendencia que dicta el mercado; marcar la ropa de calle, la de cama, los juegos de bolígrafos o cualquier posesión con el nombre del dueño; andar con mujeres operadas en exceso, participar en cabalgatas. Todo es traqueto. Traqueto, ordinario y señal de inseguridad. Registrar en redes sociales todo lo que se hace, desde montar en avión hasta estar en una piscina también es de traqueto, pero de traqueto pobre. Yo no sé en qué momento meterse en una piscina se convirtió en sinónimo de llevar una buena vida.
Y tal fijación tenemos con el tema de lo ilegal que a los grupos que controlan los precios de algún artículo los bautizamos con el nombre de ‘el cartel de...’. El de los pañales, el de los cuadernos, el del papel higiénico. Ahí siguen operando, dándoles estatus de droga a productos de primera necesidad.
¿Cómo superar esta narcodemocracia? De entrada, legalizando la droga. No es que sea una salida, es que es la única. La gente quiere meter, así como quiere tener una casa, un carro, una familia, viajar, fumar, beber, leer, ir a cine y tener sexo. Y uno no le puede pedir a la gente que no haga lo que le gusta. Segundo, zafándonos de nuestro afán de exhibirnos. Si usted necesita demostrar que tiene dinero, poder y es feliz, es en realidad un infeliz.
Hay que legalizar la droga para que se acaben los muertos, para que los gobiernos dejen de sacar provecho de ella, para que la industria se vuelva tan respetable como la del licor, para que a nadie lo miren feo ni pierda su empleo cuando diga que le gusta el perico, y para que el ‘Chapo’ Guzmán pase de narcotraficante a empresario. Solo así vamos a dejar de admirarlo.
Adolfo Zableh DuránDe presidentes hacia abajo, las élites de este país se han asociado con narcotraficantes, y esa herencia nos marca. Se han alimentado los unos de los otros, al punto de intercambiar roles: el oligarca colombiano se empezó a comportar como mafioso y el mafioso logró abrirse paso entre la oligarquía. Tanto que hoy resulta difícil saber quién es quién. ¿Vio el video de la fiesta del concejal de Piedecuesta? No es que pertenezca a la élite nacional, pero ocupa un cargo público desde donde controla presupuesto y personas. En este país, a veces los políticos son más narcotraficantes que los mismos narcotraficantes.
Todos los días, por ejemplo, paso por un restaurante de lujo de propiedad de uno de los chefs más famosos de Colombia. Si no supiera qué tipo de negocio es, pensaría que se trata de un punto de encuentro de narcos: camionetas blindadas, escoltas, valet parking, mujeres engalladas, gente con ropa costosa y joyas que habla por celular con un misterio, como si estuviera cerrando el negocio de su vida. Y adentro, comida y licor a precios impagables. Pura escenografía traqueta, pero enmarcada en un negocio legal.
Y creemos que vivir así es tener clase, cuando en realidad es todo lo contrario. No hay nada más vulgar que vivir a ese nivel. Tomar champaña en un bar donde la botella vale un millón de pesos (y creer que un millón de pesos no es nada), cortarse el pelo en peluquería exclusiva al calor de unos whiskeys en un día laboral, andar con escoltas, vestirse con Armani y otras marcas sobreactuadas, coleccionar arte por la tendencia que dicta el mercado; marcar la ropa de calle, la de cama, los juegos de bolígrafos o cualquier posesión con el nombre del dueño; andar con mujeres operadas en exceso, participar en cabalgatas. Todo es traqueto. Traqueto, ordinario y señal de inseguridad. Registrar en redes sociales todo lo que se hace, desde montar en avión hasta estar en una piscina también es de traqueto, pero de traqueto pobre. Yo no sé en qué momento meterse en una piscina se convirtió en sinónimo de llevar una buena vida.
Y tal fijación tenemos con el tema de lo ilegal que a los grupos que controlan los precios de algún artículo los bautizamos con el nombre de ‘el cartel de...’. El de los pañales, el de los cuadernos, el del papel higiénico. Ahí siguen operando, dándoles estatus de droga a productos de primera necesidad.
¿Cómo superar esta narcodemocracia? De entrada, legalizando la droga. No es que sea una salida, es que es la única. La gente quiere meter, así como quiere tener una casa, un carro, una familia, viajar, fumar, beber, leer, ir a cine y tener sexo. Y uno no le puede pedir a la gente que no haga lo que le gusta. Segundo, zafándonos de nuestro afán de exhibirnos. Si usted necesita demostrar que tiene dinero, poder y es feliz, es en realidad un infeliz.
Hay que legalizar la droga para que se acaben los muertos, para que los gobiernos dejen de sacar provecho de ella, para que la industria se vuelva tan respetable como la del licor, para que a nadie lo miren feo ni pierda su empleo cuando diga que le gusta el perico, y para que el ‘Chapo’ Guzmán pase de narcotraficante a empresario. Solo así vamos a dejar de admirarlo.
Fuente: eltiempo.com
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