miércoles, 5 de agosto de 2015

El Maleconazo

Mucha gente me pregunta ¿por qué, si la situación está tan mal en Cuba, el Pueblo no se rebela? Siempre contesto que hay que vivir, de verdad, en Cuba, tener familia allí o estar muy cerca de la realidad del día a día cubano para entenderlo. No obstante les hablo de los más de 10 años de resistencia en el Escambray y del Maleconazo.
¿Maleconazo? ¿Qué es eso? Hay muchos cubanos que lo saben, por haberlo vivido o por haberlo oído contar. Tenemos que intentar que lo sepan todos.
Eduardo Rodríguez Ginard, ese día tenía seis años, se asustó cuando su madre le prohibió salir a jugar y a través de las ventanas empezó a llegar el bullicio formado por miles de personas en la calle. El susto aumentó cuando entendió lo que decían los gritos, por primera vez oyó: ¡Abajo el comunismo! ¡Abajo Fidel!, ¡Viva Cuba!; El último, incluso para su mente infantil, tenía un sentido distinto que relacionó con las clases de Historia que recibía, a escondidas, y que en nada se parecían a las de la escuela. Era el 5 de agosto de 1994. Hoy Eduardo, forma parte de la oposición al gobierno de Cuba y repite el ¡Viva Cuba! todos los días, para ello utiliza el seudónimo de Yusnaby Pérez, y es uno de los principales blogueros que rompe del bloqueo informativo decretado por ese gobierno.
El antecedente inmediato de lo que sucedía estaba en el hundimiento, el 13 de julio, del remolcador 13 de Marzo, que había salido del puerto de La Habana con destino a Miami, con 72 personas, entre ellas Fidelcio Ramel Prieto del Partido Comunista, lo que muestra los “huecos” en la estructura del estado castrista. Las unidades de la Marina de Guerra Revolucionaria estaban en alerta, pues no pasaba día sin que se produjese el intento de fuga de cubanos, bien mediante las balsas más elementares o intentando secuestrar las lanchas que hacían servicio de cabotaje, como la popular “lanchita de Regla”.
A unas 7 millas, fueron detectados y “alguien” dio la orden de que saliesen tres barcos de bomberos, no a ayudar, como sería su misión, sino para embestirles hasta hundirles. Lo consiguieron y no conformes se pusieron a navegar en círculos alrededor de los supervivientes, para provocar una corriente que los ahogase. No lo consiguieron gracias a la aparición de un testigo inoportuno: un mercante griego que estaba entrando en el puerto, por lo que provocó que se acercase una torpedera a recoger a los que quedaban, trasladándolos inmediatamente a Villa Marista, una de las sedes de la Seguridad del Estado.
Murieron 41 personas, hombres, mujeres y niños (el más pequeño de tres años), que lo único que querían era un futuro mejor para ellos y sus familias.
En esta situación de desesperación, y viviendo el día a día, la falta de alimentación, los apagones de más de 10 horas y la falta de libertad, empezó a correrse “una bola”: de Miami habían salido varias embarcaciones, que pensaban atracar en La Punta, para llevarse de vuelta a cuantas personas pudiesen cargar. No se sabe cuántos habaneros pasaron la noche del 4 de agosto en La Punta esperando, sin resultado, la llegada de los barcos.
En la madrugada del 5, se empezó a concentrar la muchedumbre, comenzaron espontáneamente los primeros gritos y la gente arrancó a pedir libertad, la cosa fue a más cuando alguien recordó la tienda para extranjeros del Hotel Deauville, y fueron a apoderarse de todo lo que había en ella, rompiendo, por el camino, las vidrieras y llevándose la poca mercancía que había en la tiendas. Se encontraron con una patrullera de la Policía Nacional Revolucionaria, cuya tripulación se les enfrentó con su típica bravuconería, con el resultado, nunca recordaban eso antes, de tener que salir huyendo. El tumulto al defenderse, a pedradas, del ataque policial rompió el parabrisas el vehículo y acabó volcándolo.
Los “prófugos” avisaron y a mediodía comenzaron a llegar unidades militares y policiales de diversas formaciones, entre ellas los “antimotines”, de cuya existencia todos había oído hablar, pero que jamás había visto. Vehículos armados con ametralladoras pesadas. Policías pistola en mano, amedrentando a quienes estaban a su alcance y disparando, no siempre al aire.
La protesta ya se extendía desde el Parque Maceo a la Avenida del Puerto y abandonaba el Malecón para meterse por las calles de La Habana Vieja. Desde los barrios de La Víbora y Lawton la gente intentaba llegar y unirse a la protesta, pero eran interceptados. Se cortó el servicio de guaguas, alguna que había conseguido descontrolarse con personas con destino al Malecón fue interceptada por el Ejército, e irónicamente lo fue a la altura del antiguo Palacio Presidencial, frente al cual está el Parque Zayas, ahora Memorial Granma en recuerdo de la gesta de la “liberación” de la nación.
Una vez rodeada la protesta y aislada de cualquier ayuda “exterior”, comenzaron a llegar las brigadas de constructores de los Contingentes Blas Roca, a los cuales se había recogido de sus obras, sin más explicaciones, les dijeron de coger palos y barras de hierro, los subieron a camiones que les llevaron al Malecón, donde con una fila de soldados o policías detrás, también sin más explicaciones, les dijeron que lo que tenían delante eran contrarrevolucionarios pagados por el imperialismo y que, de grado o por fuerza, empezasen a repartir leña a todo lo que se moviese. Asombrados no les quedó más remedio que obedecer y su asombró crecía según comprobaban que los contrarrevolucionarios era mayoritariamente negros y mulatos, es decir los “beneficiados” de la “revolución”.
No se sabe el número de heridos, muchos fueron atendidos en sus casas o en las casas de vecinos, ni de detenidos, pero se conoce que fueron varios centenares.
A la tarde todo estaba controlado y Fidel Castro pudo “desfilar” por la zona al día siguiente, pero no le quedó, ante el miedo a una repetición de los hechos en cualquier momento, más remedio que ceder y dijo su famosa frase de: “no nos oponemos a nada, a dejar que los que se quieran ir se vayan”. El resultado fue que, en cualquier cosa que pudiese mantenerse a flote, 35.000 cubanos decidieron arriesgarse e echarse al mar en menos de dos meses, causando la famosa “crisis de los balseros”. Fue, prácticamente, su primer signo de debilidad, si porque el gobierno es consciente de sus limitaciones y debilidades, por eso reprime y, a veces, aún pocas, cede.
De lo anterior existen unas pocas películas y fotografías, hechas por turistas que se atrevieron a ello. Las realizadas valientemente por periodistas cubanos, que se osaron salir de la televisión, la radio y los periódicos, especialmente aquellas donde salen palizas o disparos a los manifestantes, nunca se televisaron y están “debidamente archivadas”, las sacadas por sus colegas extranjeros son bastante limitadas.
Hace 21 años la oposición interna estaba desorganizada, hoy las cosas han cambiado. A pesar del gobierno, cada vez se escuchan más sus palabras y sus silencios. El Maleconazo fue una explosión de violencia espontánea, hoy la oposición cada vez está más convencida de que el camino puede ser largo, pero que la violencia es patrimonio de los dictadores no de los demócratas.
Desde entonces podemos decir que las cosas han empezado a cambiar algo en Cuba:
Las leyes migratorias se han modificado, el gobierno pide inversiones extranjeras para sobrevivir, ha tenido que reconocer que no tiene dinero para pagar los salarios a sus funcionarios y ha autorizado los cuentapropistas, el Pueblo ha descubierto en las nuevas tecnologías una ventana que se entreabre.
Un testigo, Roberto Pascual, vivió todo desde el Hospital Hermanos Ameijeiras, donde le iban a hacer una hemodiálisis; murió años después recordando aún a las enfermeras cerrando las puertas del Cuerpo de Guardia y dándoles consejos para que se protegiesen, pero también a la señora de la limpieza que, con una sonrisa de oreja a oreja le dijo: “…la gente de tiró para la calle…”.
Amalia Gutiérrez, vecina de la calle Gervasio, cerca de San Lázaro, guarda en su memoria dos imágenes: los más recalcitrantes componentes de los Comités de Defensa de la Revolución corriendo a esconderse y un muchacho cayendo al suelo, ante su ventana, con la cabeza abierta de un golpe dado por un brigadista de los “Blas Roca”.
Nivaldo, con casi 60 años, fue testigo de excepción, pues todo sucedió casi delante de él, pues todos los días iba a la esquina de las calle Genio y Refugio a vender ilegalmente aguacates. Recuerda que los vendía a 1 dólar, o sea 120 pesos (hoy el salario medio de un cubano es de 20 pesos). Cree que para él no ha cambiado nada, pues sigue viviendo en el solar de La California, en el barrio de Colón, y sigue vendiendo aguacates, pero ahora es cuentapropista y los vende a 20 pesos.
Las protestas no han parado, cada día se reciben noticias de incidentes en Holguín, Bayamo, Cienfuegos y Santiago (¡esos orientales!), en La Habana las Damas de Blanco desfilan cada domingo y hace unos días hicieron una sentada en Centro Habana al grito de ¡Libertad!, cientos de cubanos están accediendo a la información gracias a internet, la oposición, aunque aún muy dispersa y dividida, sabe que están en el buen camino, y ello porque están seguros, como dice el nombre de uno de los movimientos opositores más jóvenes, de que Somos+.
Fuente: Guaimaro.over blog

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