El 14 de agosto de 2015 quedará impregnado en la historia como un día histórico para las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos. Mucho se ha comentado sobre la falta de una invitación a la oposición al gobierno cubano para asistir al primer acto de inauguración de la embajada, y a muchos, entre los que me incluyo es algo que ha molestado.
Sin embargo, no debe apreciarse como humillante el aceptar participar en una segunda cita, algo más “íntima” y menos protocolar, que de bienvenida a un público para las actividades con motivo de este hecho. En política, todo espacio es necesario, sobre todo cuando se trabaja en la oposición, y el espacio que no se ocupa es ocupado por otros, de modo que la no presentación resulta más que errónea en estos tiempos de cambios.
La necesidad de dar visibilidad a la oposición cubana es inminente para empoderar a importantes sectores de la sociedad civil cubana y darle así la oportunidad de conocer a nuevos líderes políticos. Por duro que sea sentirse como plato de segunda mesa, siempre que se mantengan firmes los principios que se persiguen y se presenten con firmeza y coherencia los objetivos y cuestiones no negociables, como son la defensa de las libertades individuales, los derechos humanos, la libertad de expresión, de reunión y de asociación, resulta más que válida, estratégica la presencia de la disidencia en las actividades de la inauguración de la embajada.
Tal actividad constituye un paso trascendental para el futuro de las relaciones bilaterales, y ello no sólo incluye a la relación entre ambos gobiernos, sino que sus disímiles consecuencias repercutirán paulatinamente en la relación de ambos pueblos y, en particular, en la de los cubanos de un lado y otro del malecón, que producen poco a poco cambios políticos, sociológicos, materiales y de mentalidad en la vida del cubano de a pie.
Las transformaciones que se producen al interior de la sociedad cubana, con un limitado pero real mejoramiento del acceso a la internet y un cambio de visión sobre la relación con el mítico vecino del norte, resulta una oportunidad irrenunciable para avanzar en temas de vital discusión en la sociedad civil cubana, que hasta el presente se han mantenido apañados por las excesivas justificaciones que realiza el gobierno cubano, achacándole hasta las más ridículas limitantes de la vida nacional a la política de Washington.
No dejar que el gobierno se apropie de los sueños y esperanzas de la mayoría del pueblo, parte de contar con líderes que sepan adecuarse a la circunstancias, aceptar con honor las realidades que la vida impone y seguir nuestros objetivos de libertad y democracia. Pero ello parte de abandonar la psicología paternalista y el orgullo adolescente de si no me invitan al primer baile no asisto al segundo.
El mejoramiento de la relación entre los cubanos de un lado y otro de las 90 millas es un logro del pueblo cubano, que con sus limitantes e incertidumbres ha sabido sobreponerse a los fatídicos años 70 del quinquenio gris y a los inmorales actos de repudio durante la oleada migratoria del Mariel y ya despedía con tristeza y esperanza a los balseros de los años 90, manteniendo una relación humana y sistemática con el resto con familiares y amigos que emigran diariamente.
Los tiempos cambian y las generaciones de cubanos de un lado y del otro también. Recordando aquel viejo texto de apología de la historia, se demuestra una vez más, que “los hijos se parecen más a su época que a sus padres”, y los ciudadanos necesitan y merecen soñar y luchar con una sociedad donde disentir no sea un delito, donde la pluralidad, el debate, el respeto a las diferencias y el exigir nuestros derechos no sean vistos como una idea que le pone en la mente a un ciudadanos un actor externo, sino como una necesidad existencial del de hombres y mujeres que merecen vivir en libertad.
La inauguración de la embajada no logrará temas tan amplios y profundos, pero el aprovechar las oportunidades que se presentan en el actual escenario político bilateral con pericia y visión de futuro, puede ser sumamente beneficioso para proveer un mejor futuro a la relación bilateral, más allá de la que se establece hoy entre ambos gobiernos.
El hecho de que las negociaciones no vayan al ritmo o el tono que cada parte quisiera no debe interpretarse como algo frustrante, la política es el arte de prever decía el Apóstol, y obrar con arte en estos tiempos de cambios puede ser sumamente beneficioso para mejorar las oportunidades, espacios y esperanzas de los cubanos que ven hoy una luz en el horizonte, y no sin falta de incógnitas se va hilvanando un mejor futuro bilateral, paralelo a la apertura de las embajadas entre la Habana y DC.
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