sábado, 28 de enero de 2017

CARTAS DE JOSÉ MARTÍ A MÁXIMO GÓMEZ Y ANTONIO MACEO DEL 20 DE JULIO DE 1882 y Maceo


Retrato al óleo de José Martí, del pintor sueco Herman Nor
CARTA A MÁXIMO GÓMEZ
N. York, 20 de julio 1882.
Sr. Gral. Máximo Gómez.–
Sr. y amigo:
El aborrecimiento en que tengo las palabras que no van acompañadas de actos, y el miedo de parecer un agitador vulgar, habrán hecho, sin duda, que V. ignore el nombre de quien con placer y afecto le escribe esta carta. Básteme decirle que, aunque joven, llevo muchos años de padecer y meditar en las cosas de mi patria; que ya después de urdida en N. York la segunda guerra, vine a presidir, más para salvar de una mala memoria nuestros actos posteriores que porque tuviese fe en aquellos, el Comité de N. York; y que desde entonces me he ocupado en rechazar toda tentativa de alardes inoficiosos y pueriles, y toda demostración ridícula de un poder y entusiasmo ficticios, aguardando en calma aparente los sucesos que no habían de tardar en presentarse, y que eran necesarios para producir al cabo en Cuba, con elementos nuevos, y en acuerdo con los problemas nuevos, una revolución seria, compacta e imponente, digna de que pongan mano en ella los hombres honrados. La honradez de V., General, me parece igual a su discreción y a su bravura. Esto explica esta carta.
Quería yo escribirle muy minuciosamente sobre los trabajos que llevo emprendidos, la naturaleza y fin de ellos, los elementos varios y poderosos que trato ya de poner en junto, y las impaciencias aisladas, bulliciosas y perjudiciales que hago por contener. Porque V. sabe, Gral., que mover un país, por pequeño que sea, es obra de gigantes. Y quien no se sienta gigante de amor, o de valor, o de pensamiento, o de paciencia, no debe emprenderla.–Pero mi buen amigo Flor Crombet sale de N. York inesperadamente, antes de lo que teníamos pensado que saliese: y yo le escribo, casi de pie y en el vapor, estos renglones para ponerle en conocimiento de todo lo emprendido, para pedirle su cuerdo consejo, y para saber si en la obra de aprovechamiento y dirección de las fuerzas nuevas que en Cuba surgen ahora, sin el apoyo de las cuales es imposible una revolución fructífera, y con las cuales será posible pronto,–piensa V. como sus amigos, y los míos, y los de nuestras ideas piensan hoy.–Porque llevamos ya muchas caídas para no andar con tiento en esta tarea nueva. El país vuelve aún los ojos confiados a aquel grupo escaso de hombres que ha merecido su respeto y asombro por su lealtad y su valor: importa mucho que el país vea juntos, sensatos, ahorradores de sangre inútil y preveedores de los problemas venideros, a los que intentan sacarlo de su quicio, y ponerlo sobre quicio nuevo.–Por mi parte, General, he rechazado toda excitación a renovar aquellas perniciosas camarillas de grupo de las guerras pasadas, ni aquellas jefaturas espontáneas, tan ocasionadas a rivalidades y rencores: sólo aspiro a que formando un cuerpo visible y apretado, aparezcan unidos por un mismo deseo grave y juicioso de dar a Cuba libertad verdadera y durable, todos aquellos hombres abnegados y fuertes, capaces de reprimir su impaciencia en tanto que no tengan modo de remediar en Cuba con una victoria probable los males de una guerra rápida, unánime y grandiosa,–y de cambiar en la hora precisa la palabra por la espada.
Yo estaba esperando, Señor y amigo mío, a tener ya juntos y de la mano algunos de los elementos de esta nueva Empresa. El viaje de Crombet a Honduras, aunque precipitado ahora, es una parte de nuestros trabajos, y tiene por objeto, como él explicará a V. largamente, decirle lo que llevamos hecho, la confianza que V. inspira a sus antiguos Oficiales, lo dispuestos que están ellos–aun los que parecían más reacios–a tomar parte en cualquier tentativa revolucionaria, aun cuando fuera loca, y lo necesitados que estamos ya de responder de un modo oíble y visible a la pregunta inquieta de los elementos más animosos de Cuba, de los cuales muchos nos venían desestimando, y ahora nos acatan y nos buscan. Antes de ahora, Gral., una excitación revolucionaria hubiera parecido una pretensión ridícula, y acaso criminal, de hombres tercos, apasionados e impotentes: hoy, la aparición en forma serena y juiciosa de todos los elementos unidos del bando revolucionario, es una respuesta a la pregunta del país. Esperar es una manera de vencer. Haber esperado en esto,–nos da esta ocasión, y esta ventaja. Yo creo que no hay mayor prueba de vigor que reprimir el vigor. Por mi parte, tengo esta demora como un verdadero triunfo.
Pero así como el callar hasta hoy ha sido cuerdo, el callar desde hoy sería imprudente. Y sería también imprudente presentarnos al país de otra manera que de aquella moderada, racional y verdaderamente redentora que espera de nosotros. Ya llegó Cuba, en su actual estado y problemas, al punto de entender de nuevo la incapacidad de una política conciliadora, y la necesidad de una revolución violenta. Pero sería suponer a nuestro país un país de locos, exigirle que se lanzase a la guerra en pos de lo que ahora somos para nuestro país–en pos de un fantasma.–Es necesario tomar cuerpo y tomarlo pronto, y tal como se espera que nuestro cuerpo sea. Nuestro país abunda en gente de pensamiento,–y es necesario enseñarles que la Revolución no es ya un mero estallido de decoro, ni la satisfacción de una costumbre de pelear y mandar, sino una obra detallada y previsora de pensamiento. Nuestro país vive muy apegado a sus intereses,–y es necesario que le demostremos hábil y brillantemente que la Revolución es la solución única para sus muy amenazados intereses. Nuestro país no se siente aún fuerte para la guerra,–y es justo, y prudente, y a nosotros mismos útil, halagar esta creencia suya, respetar este temor cierto e instintivo, y anunciarle que no intentamos llevarle contra su voluntad una guerra prematura, sino tenerlo todo dispuesto para cuando él se sienta ya con fuerzas para la guerra. Por de contado, Gral., que no perdonaremos medios de provocar naturalmente esta reacción. Violentar el país sería inútil. Y precipitarlo sería una mala acción. Puesto que viene a nosotros, lo que hemos de hacer es ponernos en pie para recibirlo.–Y no volver a sentarnos.
Y aún hay otro peligro mayor, mayor tal vez que todos los demás peligros. En Cuba ha habido siempre un grupo importante de hombres cautelosos, bastante soberbios para abominar la dominación española, pero bastante tímidos para no exponer su bienestar personal en combatirla. Esta clase de hombres, ayudados por todos los que quisieran gozar de los beneficios de la libertad sin pagarlos en su sangriento precio, favorecen vehementemente la anexión de Cuba a los Estados Unidos. Todos los tímidos, todos los irresolutos, todos los observadores ligeros, todos los apegados a la riqueza, sienten tentaciones marcadas de apoyar esta solución, que creen poco costosa y fácil. Así halagan su conciencia de patriotas, y su miedo de serlo verdaderamente. Pero como esa es la naturaleza humana, no hemos de ver con desdén estoico sus tentaciones, sino de atajarlas.
¿A quién se vuelve Cuba, en el instante definitivo, y ya cercano, de que pierda todas las nuevas esperanzas que el término de la guerra, las promesas de España, y la política de los liberales le han hecho concebir? Se vuelve a todos los que le hablen de una solución fuera de España. Pero si no está en pie, elocuente, erguido, moderado, profundo, un partido revolucionario que inspire, por la cohesión y modestia de sus hombres, y la sensatez de sus proyectos, una confianza suficiente para acallar el anhelo del país–¿a quién ha de volverse, sino a los hombres del partido anexionista que surgirán entonces? ¿cómo evitar que se vayan tras ellos todos los aficionados a una libertad cómoda, que creen que con esa solución salvan a la par su fortuna y su conciencia? Ese es el riesgo grave. Por eso es llegada la hora de ponernos en pie.
A eso iba, y va, Flor Crombet a Honduras. Querían hacerle picota de escándalo, y base de operaciones ridículas. El tiene noble corazón, y juicio sano, y creo que piensa como pienso. A eso va, sin tiempo de esperar al discreto comisionado que tengo en estos instantes en La Habana, comenzando a tejer en junto todos los hilos que andan sueltos. Porque yo quería, Gral., enviar a V. más cosas hechas.
Va Crombet a decirle lo que ha visto, que es poco en lo presente visible, y mucho más en lo invisible y en lo futuro. Va en nombre de los hombres juiciosos de La Habana y el Príncipe y en el de D. S. Cisneros, y en mi nombre, a preguntarle si no cree V. que esas que llevo precipitadamente escritas deben ser las ideas capitales de la reaparición, en forma desemejante de las anteriores, y adecuada a nuestras necesidades prácticas, del partido revolucionario. Va a oír de V. si no cree que esos que le apunto son los peligros reales de nuestra tierra y de sus buenos servidores. Va a saber previamente, antes de hacer manifestación alguna pública–que pudiera parecer luego presuntuosa, o desmentida por los sucesos–si V. cree oportuno y urgente que el país vea surgir como un grupo compacto, cuerdo, y activo a la par que pensador, a todos aquellos hombres en cuya virtud tiene fe todavía. Va a saber de V. si no piensa que esa es la situación verdadera, esa la necesidad ya inmediata, y ese, en rasgos generales, el propósito que puede realzar, acelerar sin violencia, acreditar de nuevo, y dejar en mano de sus guías naturales e ingenuos la Revolución.–Ni debe esta ir a otro país, Gral., ni a hombres que la acepten de mal grado, o la comprometan por precipitarla, o la acepten para impedirla, o para aprovecharla en beneficio de un grupo o una sección de la Isla.
Ya se va el correo, y tengo que levantar la pluma que he dejado volar hasta aquí. Me parece, General, por lo que le estimo, que le conozco desde hace mucho tiempo, y que también me estima. Creo que lo merezco, y sé que pongo en un hombre no común mi afecto. Sírvase no olvidar que espero con impaciencia su respuesta, porque hasta recibirla todo lo demoro, y la aguardo, no para hacer arma de ella, sino con esta seguridad y contento interiores, empezar a dar forma visible a estos trabajos, ya animados, tenaces y fructuosos. Jamás debe cederse a hacer lo pequeño por no parecer tibio o desocupado;–pero no debe perderse tiempo en hacer lo grande.
¿Cómo puede ser que Vd., que está hecho a hacerlo, no venga con toda su valía a esta nueva obra? Ya me parece oír la respuesta de sus labios generosos y sinceros. En tanto, queda respetando al que ha sabido ser grande en la guerra y digno en la paz–
Su amigo y estimador
José Martí
324 Classon Avenue
Brooklyn L. I.
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CARTA A ANTONIO MACEO
N. York, 20 de julio de 1882
Sr. Gral. Antonio Maceo
Sr. y amigo:
La súbita salida de mi amigo Flor Crombet no me deja tiempo para explicar a V. con la claridad y minuciosidad que deseo la importancia y estado actual de los trabajos recientemente emprendidos para rehacer las fuerzas revolucionarias, mover en Cuba de un modo unánime y seguro los ánimos en nuestro sentir, y preparar en el exterior, con la unión cariñosa y conducta juiciosa de los bravos y buenos en quienes aún tiene fe Cuba, una guerra rápida y brillante que pueda ser siempre tenida como un honor, y no como un delito, por los que tienen parte en ella. -No conozco yo, General Maceo, soldado más bravo ni cubano más tenaz que V. -Ni comprendería yo que se tratase de hacer, -como ahora trato y tratan tantos otros,- obra alguna seria en las cosas de Cuba, en que no figurase V. de la especial y prominente manera a que le dan derecho sus merecimientos. No puedo entrar, mal que me pese, por falta de tiempo, a explicar a V. cómo es forzoso,-ya que a despecho nuestro se han creado en Cuba después de la guerra elementos que no son nuestros- traerlos hábilmente a nuestro lado, pto. que ahora muestran deseos de venir; y aprovecharnos de ellos, ya que prescindir fuera, sobre injusto, imposible.-No puedo entrar a explicarle cómo, inquieto ya de nuevo el país, y vueltos sus ojos a los que hayan de ser sus salvadores, busca otra vez a sus constantes defensores, que andan hoy fuera de habla, tan grandes como silenciosos, apartados, aislados, y por esto impotentes. Mientras no llamaba el país, parecía un acto de insensatez y violencia forzarlo a verter una sangre que se negaba a verter. Pero cuando el país llama, es necesario responderle, so pena de que olvide -con justicia- a los que no le responden, y llame a otros que le parezcan mejores. -No tengo tiempo de explicarle cómo ya se reúnen sin esfuerzo al grupo revolucionario activo, los revolucionarios arrepentidos, y los nuevos hombres de Cuba que creyeron que podían prescindir de la Revolución. Ni tengo tiempo de decirle, General, cómo a mis ojos no está el problema cubano en la solución política, sino en la social, y cómo esta no puede lograrse sino con aquel amor y perdón mutuos de una y otra raza, y aquella prudencia siempre digna y siempre generosa de que sé que su altivo y noble corazón está animado. Para mí es un criminal el que promueva en Cuba odios, o se aproveche de los que existen. Y otro criminal el que pretenda sofocar las aspiraciones legítimas a la vida de una raza buena y prudente que ha sido ya bastante desgraciada. -No puede V. imaginar, la especialísima ternura con que pienso en estos males, y en la manera, no vociferadora, ni ostensible,-sino callada, activa, amorosa, evangélica de remediarlos. Tendría, General Maceo, placer vivísimo en que, en vez de escribirle yo estas cosas frías, las hablásemos. Estimo sus extraordinarias condiciones, y adivino en V. un hombre capaz de conquistar una gloria verdaderamente durable, grandiosa y sólida.
En carta siguiente le explicaré todo lo que llevamos hecho, y pensamos hacer, que gira todo sobre eso que le llevo dicho, y en respuesta a lo cual, y a lo que Flor Crombet tiene encargo de explicarle, espero que me diga si no aplaude y comparte estas ideas, y esta reaparición de manera seria y ordenada,-de todos los hombres importantes, y verdaderamente fieles, de nuestra causa, sincera y calurosamente reunidos, sin necesidad de jurar obediencia ciega a un grupo aislado o a un hombre solo, para aprovechar con cordura y sin demora los elementos ya hirvientes, y cada día más imponentes, de la guerra en Cuba. Mucho va ya hecho. Mucho se desea esta reaparición formal y pública. Pero yo he venido conteniendo, por mi parte, todo trabajo aislado y pequeño que no responda a la obra grandiosa que esperan de nosotros. Heroicos hemos de parecer, puesto que nos quieren heroicos. Si nos ven de menor tamaño que aquel de que esperan vernos-esto será como darnos muerte.-Mas yo no estimo legal ni poderosa, por mucho que la soliciten y la apoyen, manifestación alguna revolucionaria, que no lleve el asentimiento, y vaya aconsejada y dirigida, de los hombres valerosos y buenos que han adquirido este especial derecho con sus méritos. Imagine V. si aguardaré con impaciencia,-teniendo que enfrenar a los impacientes, y a los que creen que con callar se pierde ya tiempo precioso,-la respuesta de V. acerca de estos pensamientos que le muestro, y de su opinión sobre esta nueva forma de nuestra obra, encaminada hoy a preparar activa y racionalmente, con toda la firmeza,-y habilidad que requiere problema tan grave y cosa tan extraordinaria, el modo de crear, por una guerra pronta de triunfo posible, un país en que, a pesar de estar muy trabajado de odios, entren desde su fundación a gozar de verdaderos derechos, y en verdaderas condiciones de larga y quieta vida, todos sus diversos elementos.-Yo sé que no está V. cansado de hacer cosas difíciles. Y que su juicio claro no se ofusca como el de la gente vulgar, y abarca toda la magnitud de nuestra tarea y de nuestra responsabilidad.-
Tal vez, por mi odio a la publicidad inútil, ignore V. quien le escribe esta carta. Flor Crombet se lo dirá. Y yo le digo que se la escribe un hombre que sabe cuanto V. vale, y lo tiene en tanto.
Con impaciencia espera su respuesta, y queda afectuosamente a sus órdenes-
su amigo y servidor,
José Martí
324 Classon Avenue, Brooklyn, L. I.

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